A lo largo de nuestra vida nos encontramos con muchos momentos en los que sentimos que una etapa, una relación, un trabajo o un proyecto, de una u otra manera, ha terminado.
No es infrecuente que muchas personas traten de seguir «estirando» dicha situación, aferrándose hasta la extenuación a aquello que parecen estar perdiendo. Aquello que sentimos que nos pertenecía, que era el hilo conductor de nuestra vida y que, «de repente», nos es arrebatado. Aquello conocido, cotidiano, tan «nuestro» como nuestra propia naturaleza.
Ante tamaño infortunio, ofrecemos todas las resistencias a nuestro alcance para prorrogar nuestra conexión con «ello», ya que su pérdida supone dolor, dudas, incertidumbre, angustia y miedo. El mero hecho de vivirlo como una pérdida, como si nos arrancaran algo de nuestro interior, es la primera barrera que nos auto-imponemos para dar el siguiente paso.
Son muchos momentos en nuestra vida en los que es necesario dejar «morir» partes de nuestra persona para abrazar nuevos escenarios, nuevas posibilidades, nuevas realidades. Tratar de avanzar, desde la agonía y el lastre de lo que «perdemos», nos convierte en seres incompletos, recelosos del futuro.
Morir a nosotros mismos es un ejercicio de madurez personal, de toma de conciencia. Es un motivo de celebración, de evolución y crecimiento. Desde una vista elevada, este proceso de renacimiento personal implica pasar al siguiente nivel: No es volver a nacer; nace una persona renovada, consciente, libre…
¿Qué cosas en tu vida debes dejar marchar de una vez?, ¿Qué tiene que morir en ti para volver a nacer?