La vida es tan caprichosa como disciplinada. Uno de sus compromisos es el de cerrar círculos. En este caso, el Círculo de la Gratitud.
Cuando venimos a este mundo, la pequeñez de nuestros dedos busca con ansiedad y desesperación la calidez y la grandeza de nuestros progenitores.
Ante la libertad que nos da respirar a cielo abierto, necesitamos aferrarnos con firmeza a la seguridad emocional y corporal que nos ofrece el vínculo divino que nos permitió compartir nuestra aventura en este lugar.
Ellos nos dieron la vida. También su vida. Ahora, en el atardecer de sus días, nos corresponde a nosotros ofrecer nuestra gratitud eterna por ser quienes somos y venir de donde venimos. Ahora, son sus manos las que necesitan de esa vínculo de cariño y firmeza para dar pasos, cada vez más inestables. Son sus manos las que buscan nuestras manos.
No es, simplemente, acompañarles a las puertas de la tierra prometida, sino caminar juntos hasta que nuestro paso por esta existencia llegue a su fin, antes de volver a encontrarnos más allá para abrir nuevos círculos.
Esas manos nos trajeron hasta aquí… Estas manos las acompañarán allá donde todo vuelva a empezar, con la serenidad y la certeza del reencuentro… Dentro de un tiempo, serán nuestras manos temblorosas las que traten de aferrarse a la fortaleza y al amor de la juventud a la que dimos amparo al nacer… así, con serenidad y certeza… y vuelta a empezar…