Cada día constato, con mayor preocupación, que vivimos en una Sociedad carente de paciencia. Una Sociedad marcada por la urgencia, por el conseguir las cosas ya, aquí y ahora.
Un indicador claro de la velocidad de las cosas, y de la falta de paciencia, son los niños de hoy en día. Para ellos nada es suficiente, se aburren enseguida, ya que el mundo (más allá de pantallas y videojuegos) va tremendamente lento . Esa falta de paciencia es la base de la insatisfacción permanente y de la intolerancia a la frustración a no conseguir las cosas, sus deseos, de manera inmediata. Atrás quedó, o así lo parece, la cultura del esfuerzo. Atrás quedaron los días en los que había que ir superando etapas, lógicas en muchos casos, que llevaban al siguiente escalón, atrás, muy atrás…
Si tratamos de ahondar en sus raíces, la paciencia es esa actitud que lleva a la persona a poder soportar adversidades, contratiempos o dificultades para acabar consiguiendo algún objetivo concreto.
Según la tradición filosófica, la paciencia podría ser definida como «la constancia valerosa que se opone al mal, y a pesar de lo que sufra el hombre, no se deja dominar por él”.
Etimológicamente, “paciencia” proviene del latín pati, que significa «sufrir». De hecho el participio patiens se introdujo al castellano como paciente (en el ámbito sanitario) o “el que sufre”.
Aristóteles en sus Éticas alude a esta virtud como “el equilibrio entre emociones extremas o punto medio: metriopatía». Con ella, se consigue sobreponerse a las emociones fuertes generadas por las desgracias o aflicciones. Para ello, es necesario un entrenamiento práctico ante el asedio de los dolores y tristezas de la vida.
Así, la paciencia es un rasgo de personalidad madura. Es una virtud de quienes saben sufrir y tolerar las contrariedades y adversidades con fortaleza y son lamentarse. Esto hace que las personas que la poseen sepan, además de poner todo su empeño en conseguir lo que se proponen, esperar con calma a que las cosas sucedan, ya que son conscientes de que no todos los elementos dependen de uno mismo, sino que hay factores externos a los que se les debe otorgar tiempo.
La paciencia, en definitiva, guarda una relación estrecha con la calma y con la paz. Así, una persona paciente sabe esperar y consigue tomarse las cosas con tranquilidad. Lo contrario, por tanto, es un sujeto impaciente que se muestra ansioso y descontrolado ya que desea todo de forma inmediata. Como puede apreciarse, ahora que está tan de moda la Inteligencia Emocional, la paciencia es un elemento que permite una eficiente gestión emocional antes las situaciones de la vida.
Un error muy común es confundir la paciencia con la pasividad, con la falta de compromiso ante la vida y los obstáculos propios del día a día. Nada más lejos de la realidad, ya que hemos definido la paciencia como fortaleza, capacidad para perseverar, y éste, es un pilar fundamental para el desarrollo personal y profesional.
No se puede pensar en un gran escritor, un deportista consagrado o un médico reconocido, ni se puede imaginar a un pintor trascendente que hayan trabajado de forma inconsciente e impulsiva, sin dedicación, sin haber aprendido de sí mismos y de su entorno.
Desde un plano espiritual, la paciencia implica algo diferente a esperar tranquilamente cuando se puede hacer algo. Así, se sugiere que el Espíritu inspire en nosotros la persistencia y el equilibrio. Los pacientes persisten en hacer lo que es bueno y correcto, hasta que logran lo que pretenden lograr. Con el fin de hacer eso, las personas pacientes se concentran. No se las puede alejar de sus metas y convicciones centrales.
Parece, por tanto, que la paciencia está muy ligada a la consistencia, a la perseverancia, a la claridad de objetivos y a la forma, calmada y emocionalmente controlada, de conseguirlos.
Personalmente, creo que la paciencia es una de las mayores virtudes que un Ser humano puede llegar a cultivar, y, sin duda, cuando la sabe poner en práctica, consigue resultados inmediatos…