TRANSICIONES Y SILENCIOS

Cuando pasas mucho tiempo metido en tu despacho, entre cuatro paredes, es sencillo perder la dimensión de las cosas, es sencillo desconectarte del todo y perder las referencias que te conectan con lo que sucede en el mundo real, que te conectan con las cosas cotidianas y con las personas que lo habitan.

Con el pretexto de la productividad y la efectividad, esas cuatro paredes se pueden llegar a convertir en una, aparentemente inocua, celda de cristal que te puede llegar a aprisionar el alma, el cerebro, el corazón y, por supuesto, la capacidad de ver más allá.

De la misma manera, en el otro lado de la balanza, cuando pasas mucho tiempo “ejecutando” ahí afuera, lejos de tu “soledad interior”, ligado a la actividad, a la tarea, ocurre exactamente lo mismo; estás tan centrado en eso, que puedes llegar a perder la dimensión, la perspectiva y tu lugar en el espacio.

Donde verdaderamente se produce la expansión y el crecimiento de una persona es en las transiciones que se llevan a cabo con el silencio interior propio de la observación y de la toma de conciencia de lo que está sucediendo en el aquí y en el ahora. En el silencio del disfrute, del estar despierto para captar lo imperceptible, en esos momentos de idas y venidas, en ese salir y caminar, en ese trayecto de un sitio a otro, del despacho a la ejecución, de la ejecución al despacho, en esos viajes donde verdaderamente uno se vuelve a conectar con la grandeza, con el foco y la apertura de mente.

Es, justamente, en las transiciones silenciosas que ralentizan lo que sucede en el exterior para filtrar lo valioso de cada situación, donde, definitivamente, nos hacemos más grandes.

Es en el movimiento sereno donde discurre la vida; Así pues, muévete, observa en silencio, aprende y disfruta.

TRANSICIONES Y SILENCIOS

DIME DE QUÉ HUYES, Y TE DIRÉ QUIÉN ERES

Es paradójico, pero tenemos tan cargada nuestra mochila de preocupaciones y miedos, que ha llegado un momento en el que hemos perdido la perspectiva acerca de qué es real y qué no lo es. Hay estudios que tasan en un 90% los pensamientos recurrentes en nuestro cerebro, ligados a preocupaciones o situaciones que nunca llegarán a producirse.

Dicen que las personas nos movemos porque buscamos el placer o porque huimos del dolor. En el primer caso, ponemos foco en un objetivo, en una meta que anhelamos, y disponemos todos nuestros recursos para marchar hacia ello. En el segundo caso, no sabemos a dónde queremos ir, solo sabemos que queremos marcharnos de donde nos encontramos, porque no nos gusta o porque sentimos que no estamos bien. Queremos estar en otro sitio diferente al actual, sin tener muy claro cuál.

Así, cuando nos movemos de modo reactivo huyendo de todas esas «tragedias» que solo suceden en nuestro interior, emprendemos una permanente huida que no tiene fin. Una huida agotadora, angustiosa de algo que no existe. Una huida sin sentido que tiene unas consecuencias demoledoras para nuestra vida.

Miedos, amenazas, peligros, preocupaciones, fantasmas del pasado que vuelven y nos persiguen y que solo viven en nosotros…

Despierta, abraza tus miedos y centra tu atención en recorrer el camino que quieres, no tanto en mirar recurrentemente por el retrovisor a ver qué suerte de monstruo aparece esta vez…

HUIR