¿CUECES O ENRIQUECES?

Vivimos en un entorno en el que estamos rodeados de todo tipo de estímulos. Tanto es así, que llega un momento en el que estamos completamente saturados, hasta el punto de hacernos «impermeables» a todo tipo de mensajes que nos llegan por los más variados canales.

La lucha por la atención del consumidor/cliente/usuario/comprador es el «caballo de batalla» de los departamentos de marketing de las grandes Compañías y por toda suerte de profesionales independientes expertos en todo tipo de temáticas.

Con tantísimo «ruido» en los mercados y en los canales de comunicación, captar la atención del cliente potencial es una absoluta prioridad, pues abre una posibilidad real a la venta de productos y servicios.

Así las cosas, en el ámbito de la atención hemos pasado de la interrupción (anuncios) a la atracción (contenidos).

La primera, genera incomodidad y, salvo que dichos anuncios/interrupciones tengan algo valioso para alguien, la sensación generada es de molestia y ruido.

La segunda, implica la generación de contenidos de valor para aquellos a los que reclamamos atención. En primera persona, esto conlleva conocer cuál es nuestra aportación al mundo, comunicarla de manera atractiva y útil, y conocer bien a quién le resuelve un problema y, por tanto, le puede ser de utilidad.

Y tú, para ser profesionalmente atractivo ¿sabes bien qué aportas, cómo lo aportas y a quién lo aportas?

Recuerda que tu #MarcaPersonal está en juego con cada aportación que haces al mundo, por lo que plantéate lo siguiente: en esto de la atención, tú, ¿Cueces o Enriqueces?

Cueces o Enriqueces.png

HUMILDAD CONSCIENTE

La Sociedad en la que vivimos se ha encargado de que recibamos una educación en la que hablar bien de las propias virtudes parece que esté mal.

De hecho, las personas que muestran cierta seguridad en sí mismas son catalogadas, en muchos casos, como prepotentes o arrogantes.

Nos han inculcado, desde siempre, que debemos ser humildes, que no debemos resaltar por encima de otros o «alardear» de aquello en lo que somos buenos o se nos dá bien.

La palabra Humildad proviene del latín humilitas, que significa “pegado a la tierra”. Es una virtud moral contraria a la soberbia, que posee el ser humano en reconocer sus debilidades, cualidades y capacidades, y aprovecharlas para obrar en bien de los demás, sin decirlo. De este modo mantiene los pies en la tierra, sin vanidosas evasiones a las quimeras del orgullo.

No obstante, más allá de hacer explícitas y visibles dichas virtudes, el ser humilde (tal y como lo entendemos en el contexto actual) no implica no reconocer dichas fortalezas y virtudes e ignorarlas por no «parecer» ese tipo de persona que nos han enseñado a detestar.

Si la humildad significa saber cuáles son tus límites reales, hasta dónde puedes llegar en este momento, es necesario un intenso proceso de autoconocimiento. Este proceso implica, en paralelo, asumir y aceptar que hay cotas de acción y resultado que en este momento no están a tu alcance.

Así, podemos decir que la persona humilde, es realista (no vive en las nubes), es conocedora de las virtudes que posee, y, desde ahí, es capaz de ponerlas en valor en aquello que sea preciso.

De cualquier manera, eso no significa que, en un mundo tan competitivo como en el que nos encontramos, no podamos explicitar verbalmente y de manera manifiesta nuestras fortalezas, de cara a ser la opción elegida. Eso sí, sin grandes estridencias ni «autobombos», sino de una forma tranquila, sencilla,…

El humilde, desde el equilibrio, muestra al mundo «su poder» de una forma sosegada, pacífica, natural…

Personalmente, la humildad es una de las virtudes que más valoro en una persona; pero no desde la perspectiva del «pobrecito», sino del de la persona consciente de su valía con la suficiente valentía como para hacerla visible.

humildad